Llevo algún tiempo sin escribir por la única razón de que llevo varios meses con molestias en un ligamento de la rodilla izquierda. Los fisioterapeutas me han recomendado reposo y he tratado de cumplirlo... quizás en exceso. De repente me doy cuenta de que estamos en Septiembre y llevo casi 5 semanas sin ponerme las zapatillas y de que cuando lo he hecho, apenas he podido trotar 4 o 5 km antes de rendirme por completo, entre falta de aire y molestias en la rodilla.
Sin embargo, como soy muy optimista, tenía pagadas varias inscripciones a carreras de 10 k a lo largo de septiembre donde se suponía que por fin iba a franquear la barrera de los 60'... pero ay! el viernes me di cuenta de que la primera de la temporada: Madrid corre por Madrid, organizada por Mapoma, era este mismo domingo y no solo no había entrenado nada sino que mis molestias seguían ahí.
En ese momento, mi mente se bifurcó en dos: Por un lado deseaba desaparecer del mapa, perderme la carrera y no saber nada de la historia con la intención de recuperarme para las próximas, pero por el otro me picaba el gusanillo de saber si a pesar de todo aún tenía suficiente capacidad para enfundarme unas zapatillas y meterme 10 kilómetros entre pecho y espalda.
Finalmente, el viernes a última hora me decidí por lo segundo, pero prometiéndome que:
1) Correría a un ritmo inferior al habitual, como mucho 7 min/km
2) Me pararía a la primera molestia.
3) No me decepcionaría si tuviera que pararme.
A partir de ahí, todo vino rodado, Dorsal 4499, Oleada 5, salida a las 09:15. Madrid Corre por Madrid 21 espérame.
Con esas premisas, me planté en la Plaza de Colón a las 8:40 de la mañana para encontrarme un ambiente fantástico: Casi 5.000 personas nos agolpábamos en la Castellana como un recuerdo extraño del mundo Pre-covid compartiendo esos minutos antes del pistoletazo de salida donde se mezclan todo tipo de sensaciones.
A pesar de no ser mi primera carrera, ni mi primer 10k, me sentía un tanto extraño. Venía a mi primera carrera popular con una cierta relevancia sin nada de entrenamiento, sin haberme aprendido al dedillo el recorrido, sin expectativas de tiempos... y sin tan siquiera poder predecir si iba a terminar o no, por lo que no terminaba de sentirme parte del conjunto. Quizás eso me hizo aislarme un poco de los nervios previos a la carrera, lo que en cierto modo me vino bien.
Como era la quinta oleada, casi el 80% de los corredores salían por delante de mí en tandas separadas unos 3 minutos, por lo que estaba medio despistado cuando sonó el pistoletazo de salida de mi grupo. Primeros metros, me doy cuenta de que no llevo ni el GPS encendido ni la música, así que de momento me concentro en bajar al mínimo el ritmo. En ese momento veo que hacía tanto tiempo que había preparado mi reloj que éste se había bloqueado y no arrancaba nada, así que troto los primeros 500 metros tratando de resetearlo y activar el GPS y la música. Finalmente desisto y lo dejo a su buena ventura y trato de sentir la carrera que me rodea y de la que hasta ahora no estaba formando parte,
En el primer km me siento bien, aunque noto sensaciones que podría haber tenido meses atrás en mis primeros entrenamientos, como la irritación de la piel por los primeros sudores y las molestias de los músculos mientras se van soltando... De hecho ni siquiera había calentado salvo un par de rotaciones de tobillos en el cajón.
A medida que avanzamos noto como me va adelantando todo el mundo, incluso aquellos que mi vanidad pensaría indignos de ello... cuando en realidad era yo el que no estaba precisamente a la altura. De hecho, para mi deshonra personal -y posterior chiste para el resto de mis días- me adelantó una chica caminando cuando yo iba corriendo.
Sin embargo en el kilómetro 3, cuando ya habíamos casi alcanzado el Bernabéu y los primeros grupos de voluntarios se agolpaban para animarte, comencé a sentirme mejor y a retomar viejas sensaciones: El sonido de la respiración, el golpear de los pies, el paisaje, la adrenalina corriendo por las venas a la vez que tú por el asfalto.
Cuando llegamos a Concha Espina y comenzamos a subir y vi que me sentía con fuerzas para afrontar la pendiente comencé a sentir confianza y desde que enfilamos Serrano y me di cuenta de que casi todo lo que quedaba era cuesta abajo, hasta me animé a subir el ritmo y adelantar a los que se encontraban más cerca de mí.
Sabía que en el km 5 había un punto de avituallamiento líquido y me lo tomé como una pequeña meta personal, fui subiendo el ritmo que mantenía en torno a los 7 y poco hasta acercarme a los 6 y pico. El agua me sentó divinamente y me encantó recorrer ciertas partes de Madrid desde un punto de vista diferente y darme cuenta de cómo cambia la perspectiva al verlo sin coches y poblado de corredores.
A medida que nos acercábamos a la Puerta de Alcalá sentía como ya era más cuestión de descontar kilómetros que de contarlos y de disfrutar del momento más que de sufrir. A pesar de todo me di cuenta de que podía llegar y me motivaba ver que además podía seguir adelantando a muchos de los que me habían pasado en el comienzo. Por suerte las molestias en la rodilla no daban señales de vida y quería aprovechar toda la cuesta abajo posible mientras recorríamos Alfonso XII antes de llegar a Atocha y enfrentarme a mis temores: La subida del Paseo del Prado.
Mi primer pensamiento cuando llegamos al km 8 fue que ahora comenzaba lo malo pero que estaba tan cerca que de una forma u otra iba a salir adelante. No obstante, a pesar de que afrenté la subida con todo mi optimismo se me hizo eterna. Me costaba mantener el ritmo que llevaba, la rodilla comenzaba a doler y alguna gente a mi alrededor se derrumbaba por lo que era más fácil dejarse arrastrar por los malos pensamientos. Sin embargo el adelantar a un matrimonio que se convencía mutuamente de lo absurdo de parar a escasos 1.500 metros de la meta me hizo recuperar fuerzas y apretar los dientes.
Estaba tan ocupado que ni me di cuenta de pasar el Botánico, ni el Prado, ni Neptuno, ni todos los puntos de referencia que me había marcado mentalmente, solo miraba lo más lejos posible tratando de encontrar la meta. Finalmente unos metros pasados La Cibeles, divisé un arco rojo a lo lejos que me esperaba como un oasis.
El día antes me había propuesto como único objetivo llegar en menos de la hora y media estipulada, asumiendo que mi rodilla no me iba a permitir correr todo el rato, por lo que fue un alivio ver que entraba en un tiempo de 01:10:29, con un ritmo de 07:30 min/km. Bastante mejor de lo que esperaba.
En otro momento me lo tomaría como un fracaso, ya que en mi primer 10 k, terminé en casi dos minutos menos y en mis últimos entrenamientos antes de las molestias estaba a punto de bajar de los 60', pero para hoy que no pensaba ni llegar... ¡Gloria bendita!
Al final, las sensaciones fueron mucho más positivas de lo esperado. El recorrido fue increíble y el ambiente te llevaba como una marea. Estoy deseando que llegue el EDP Rock and Roll del día 26 con un trazado semejante y ver si las sensaciones son tan buenas como las de hoy.
Tengo la tarea de entrenar, aunque sea a un ritmo bajo hasta ese día y afrontar la carrera con otro nivel físico, pero haber llegado hasta aquí y haber podido enfrentarme a todos mis miedos, ya es todo un logro para alguien que hace un año no podía trotar 500 metros sin morirse.
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